A
ese mismo nene una araña imaginaria con cinco patas en forma de
dedos le perseguía para hacerle cosquillas al alcanzarlo.
Un
piloto de F1 de cuyo nombre ni quiero acordarme, tras ganar una
carrera nos mostraba a los televidentes su dedo índice, el cual,
provocaba en mí una especie de malsana ira (si es que existe alguna
buena) al mismo tiempo que un acto reflejo de mi dedo medio de la
mano derecha, que automáticamente se erguía apuntando al cielo.
En
viejos carteles, un dedo de enfermera imploraba silencios acercándolo
a sus labios.
Si
Clint Eastwood recorría con el pulgar su reseca boca falta de agua y
paz, más te valía correr forastero.
Si
el pensador de Rodin no apoyara su barbilla en cuatro de sus dedos,
dejaría de pensar.
En
el tema sexual, en cuestión de dedos, no voy a entrar ni salir.
Si
una mujer te mira de frente, alza su dedo índice y sin apartar tu
mirada lo mueve hacia sí misma, ve hacia ella, abrázala y bésala
como si no hubiera un mañana.
Convertir
dedos en piedras, papeles y tijeras, eso sí que era magia.
Con
tres dedos de una mano, uno apuntaba, disparaba y dejaba dardos en
redondeles con nombre de mujer.
Y
así tantas y tantas cosas que unos dedos, deditos o dedazos podían
y pueden hacer.
Te
preguntarás querido lector (entiéndase de ambos sexos), a qué
viene todo esto.
Toda
la culpa la tiene un metro de Madrid, una hora temprana y una hermosa
mujer sentada a mi lado. Lo de hermosa, lo sé porque segundos antes
la vi acercarse.
La
miro de soslayo, con educación, pero la miro. Rápidamente, me
llamaron la atención sus dedos pálidos de uñas color rojo kétchup
(si es que existe ese color).
Como
si de un juego de manos se tratara, sus dedos no paraban de moverse.
La
velocidad de la luz la sabemos; la del sonido, también, pero
calcular su velocidad a la hora de moverse por la pantalla táctil de
su teléfono móvil, creo que sería difícil de calcular. Quizás fuera una
fórmula parecida a multiplicar caracteres por estaciones dividido
por la frecuencia de las contestaciones de Whatsapp.
Algo
tremendo, estresante, agobiante…
Y
lo peor de todo, es que miro al frente y cuatro personas están
haciendo exactamente lo mismo.
Mi
mente me llevó a una especie de invasión de los ultracuerpos en la
que el ser humano (incluido yo), ha dejado de sostener libros,
entrelazar cariños o abrazar mirándose a los ojos, para ser unos
simples deditos faltos de emociones.
Los deditos tienen infinidad de usos, además de lo indicado, sirven para borrar esa lágrima que cae, para tocar todos los instrumentos de percusión, para señalar al culpable, para llamar a una puerta aunque sepas que nadie te abrirá, para escribir unas líneas al que hace tiempo que no sabemos si aún vive, para dibujar el perfil de una madre... ¡uf! para tantas cosas...
ResponderEliminarPero de los nervios me pone ver como los móviles están comiendo cerebros.
Tienes razón.
Un saludo.
Apuntadas quedan esas grandes cosas en las que usar esos de dios.
ResponderEliminarLos móviles comen cerebros y lo que es peor, tiempo precioso que vivir.
Un abrazo