Altas horas de la noche; un sofá, una mujer tras unas gafas, un libro entre
sus manos y una sonrisa dibujada en su rostro.
¿Por
qué sonríes? le pregunto.
Por esta historia, me responde.
Me habló de un pastorcillo, de una historia que por increíble, pudo ser y
de una niña que sin ella saberlo, me hablaba entonces.
Esa niña que hacía algún tiempo no encontraba y por fin hallé.
Porque unas letras te pueden transportar a otros mundos; pero benditas las
letras que transforman inquietud en paz, desazón en juegos infantiles y dolor,
en olvido durante el tiempo que dura esa sonrisa.
Así que después de pertrecharme con bufanda al cuello, mochila al hombro y
sabor a café recién hecho en los sentidos, marché cerrando la puerta con un
beso en los labios y con la imagen en la retina de una niña sonriente que
sonriendo me esperó.
En mi caso, también me ocurre con alguna persona en mi vecindad, nos saludamos siempre, pero nunca hemos tenido un dialogo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias Matías por tu comentario aunque creo que te equivocaste de entrada. Un abrazo
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