Caminaba
yo por largos pasillos subterráneos atestados de una marabunta
multicolor de personas de ida y vuelta y víctima quizás de calores,
somnolencias matutinas o simple y llana locura, comencé a divagar.
Imaginé,
que ya es imaginar en mi caso, un cuerpo humano por dentro. Más
exactamente, centrando mis pensamientos en el trasiego de
microscópicos elementos que pululan por diferentes partes de nuestro
organismo.
Y
pensé, que ya es pensar también…
¡Esos
cinco que van delante, parecen leucocitos!
Ese
chico con cara de mala leche, debe ser un trombocito. ¡Descarao!
Un
chavalín, mochila a espalda, al que bauticé como simpático
linfocito.
Incluso
como hombre que soy, me fijé que también circulaban varias “pedazo
de plaquetas”.
Pero
una sombra en mi ánimo me cubrió por entero cuando descubrí que
quien todo eso pensaba, quizás no era más que un simple e
insignificante espermatozoide cuya defunción, casi con total
probabilidad, era cuestión de horas.
me gusta tu texto lo he pasado bien mientras te leía
ResponderEliminarabrazos desde la madrugada de mi vida