Nunca el Silencio me habló tanto. Cuatro paredes, una
soledad y una vista al frente bastaron para hallar lo que no busqué, pero me
fue dado.
De un plumazo, aquello que pintaba en negros nubarrones y
relámpagos de furia fue empujado al abismo del desecho.
La ira, las controversias, los desencantos, las tristezas
y en definitiva todo aquello que me encadenaba con argollas de malsana inquietud,
saltaron en mil pedazos en una explosión de paz.
La fuerza de un Silencio me abrazó en uno de esos abrazos
cálidos de comprensión, apoyo, Amistad y calma.
Sin prisas, sin pausa, fui despidiendo rencores, miradas
frías, justicieras palabras y luchas internas.
Deserté del ejército situado en un frente que no podía
conducir a otra cosa que no fuera a una derrota conmigo mismo. Corrí en busca
de ese otro yo que estaba dejando a un lado sin percatarme que no había peor
lucha que aquella que me alejaba de mí.
Comprendí que si quien sufriendo más, tomó el camino de la
esperanza, del perdón, de la piedad y resignación hablando y explicándome con ojos
de serena bondad, no podía ser yo el que diera pinceladas de tintes oscuros y
recelos sin enterrar en ese cuadro que todos en una familia de almas generosas
intentamos pintar.
No valdría la pena enfrentarse a los miedos, las miserias
y las luchas internas de quien optó por ese otro silencio que tanto daño hizo
por su fondo y aún más por su forma.
Al contrario. Debiera extender manos si algún día quien
así obró sostuviera dos segundos mi mirada.
Quizás no regresen los abrazos de antaño ni las risas
compartidas, pero tampoco levantaré muros que impidan cruzar las puertas del
diálogo extraviado.
El tiempo, todo lo cura. Pero comprendí que si el reloj
de la vida no recibe el empujón de su cuerda, tarde o temprano, ese tiempo
parará para nunca más ponerse en marcha.
Un enorme Silencio me bastó para escuchar el lado bueno
de una conciencia que parecía dormida o aletargada por las circunstancias.
Y decidí pisando fuerte y sin prisa alguna, comenzar a
rodar una nueva película.
Tomé claqueta, mochila y sonrisa y me dije a mí mismo…
¡SILENCIO, se rueda…!
* Dedicado a una mujer de la que cada día me siento más orgulloso de ser su padre.
Una extraordinaria reflexión... Una gran determinación... Y el encuentro ansiado con quien nunca estuviste perdido.
ResponderEliminarLuismi, una certera manera de expresar esa amdurez que, como indicas en alguna parte, las canas promueven.
Un abrazo.
Se agradece tu comentario Ernesto y te doy la bienvenida a este pequeño Café.
ResponderEliminarEspero que no sea necesario buscar demasiados silencios para encontrar respuestas, porque será señal de que las cosas van por el camino que pretendemos marcarnos.
Un abrazo