Ni
era Stallone, ni la acción se desarrolló en ningún bosque
escarpado de los EEUU.
Era
yo a plena luz del día en una calle de mi ciudad sin escapatoria
posible.
Andaba
tranquilo de regreso a casa en un nublado día del mes de mayo
pensando en mis cosas cuando, de repente, ocurrió.
Miro
al frente y descubro dos mujeres que como radares y percatándose de
mi presencia, no me dejaron más opción que un encuentro indeseado.
Dos
mujeres, dos, de edad digamos más avanzada que madura. Dos mujeres
conocidas y que precisamente por ello, activaron todas mis alarmas.
Hacerse
el sueco, era imposible y aún más siendo de Cuenca. Regresar por
los pasos que dejé, demasiado descarado incluso en esta situación.
Sólo
me quedaba el milagro que no se produjo. Como aves rapaces, se
lanzaron hacia su víctima para engullir los despojos de un ánimo y
ánima que se preparaban para lo peor.
No
tuvieron piedad con su víctima; siendo dos, me acorralaron.
Utilizaron baterías de preguntas que ninguna defensa antiaérea
hubiera podido rechazar.
¿Te
acuerdas de…? Tu padre y el mío… Tú debes conocer a… Tu
madrina de bautizo fue……
Ese
hombre, ese yo o lo que quedaba de mí, por más que intentó
hacerles ver que ese niño del que hablaban marchó del Cuartel de la
Guardia Civil donde nació a los seis meses de nacer para no volver a
ese pueblo manchego hasta pasados más de cuarenta años, no podía
conocer y mucho menos recordar todo aquello que como una metralleta
disparaban por aquellas bocas.
Lo
intenté todo; encender pitillo para ahuyentar con humos lo que de
palabra era imposible, pero ni con esas.
Ellas
seguían, seguían hasta que por fin decidieron que era suficiente
tortura por ese día para un hombre que siendo paciente, abrió la
puerta de su casa alterado y con el propósito de encontrar un arma.
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