Un
empujón, un quebradero de cabeza o una simple cabezonería, me
llevaron no hace mucho a plantearme un cambio de rumbo con sustancia
o sin ella en lo que habitualmente venía haciendo por las tardes,
que era algo más cercano a la nada que a un mucho.
Cuando
la curva de la felicidad no me provoca ser precisamente feliz, es
hora de bajar el pie del sofá, calzar algo que no sean las
zapatillas de andar por casa y tirarse a la calle a caminar durante
largo rato sin fijarme en escaparates, viandas ni viandantes.
Por
algo se empieza y andar es una buena opción con vistas a llegar a
correr lo que antaño corría y que tan buenos resultados a mi salud
de alma y cuerpo me llegó a proporcionar.
Lo
sensato, lo correcto y quizás lo aconsejable, sería moderar las
distancias a cubrir. Pero como para estas cosas vivo al límite de la
insensatez y soy poco amigo de aconsejarme a mí mismo, comienzo a lo
grande.
¿Qué
lo correcto es una distancia de cinco kilómetros? Pues diez o más.
¿Que
la mejor hora pudiera ser aquella en la que ya no apriete tanto el
astro que llaman sol? Pues las seis en punto.
Así
que DNI, móvil y mp4 acompañan mi cuerpo cuando salgo por la puerta
para regresar vete tú a saber cuándo.
El
trayecto es conocido; tan conocido, como que en mi ciudad no hay
mucho más donde elegir.
Aceras
y más aceras en un recorrido que ya viene de lejos y cuyos metros
siguen midiendo lo mismo que entonces.
La
música que me acompaña, tiene su importancia. No es lo mismo hacer
camino al andar con Beethoven, que con Angus Young.
Así
que busco un término medio y mi pulgar selecciona la carpeta de un
tal Fito con todos sus Fitipaldis.
Buen
sonido que me abstrae de mis propios pasos al pisar asfalto y de
coches que no paran de moverse.
Se
agradece y mucho esa brisa de viento que aunque más parecida a un
caldo de pollo que a un refrescante gazpacho, llega a mover mi
simulacro de melena incipiente.
El
ritmo es tan constante como el sudor que pronto comienza a asomar por
detrás de las orejas.
De
ánimo, bien; de fuerzas, para ser el primer día, también.
Las
esquinas pasan y con ellas las gentes que me encuentro a mi paso; ya
son varios los kilómetros que se añaden a los dígitos de una de
esas aplicaciones que me ayudan a medir lo hecho o lo intentado por
hacer.
Plaza
de toros abandonada a la vista y vislumbro una larga recta paralela
al polideportivo de siempre.
Intuyo
más que veo, que unos aspersores están funcionando a escasos metros
de esa larga acera que me espera.
Nada
por lo que preocuparse. El hombre tiene la inteligencia suficiente
para activar estos artefactos de tal manera que no afecten al
tranquilo transeúnte que puebla nuestras calles y que a esas horas
sumaban sólo uno contándome a mí.
Así
que no me preocupé; andaba a lo mío y nunca mejor dicho cuando las
coincidencias esta vez jugaron en mi contra.
Esa
música que sin motivo aparente entró en pausa, me hizo distraer
pensamiento y acciones para buscar en el bolsillo el dichoso aparato
que no quería sonar.
Fueron
poco más de tres segundos, pero los suficientes para detener mis
pasos en una mueca de asombro. Y el tiempo se detuvo.
Sin
aviso, sin esperas, pero con mucha premeditación y alevosía, un
aspersor se volvió loco por mí y regó con fuerza todo mi costado
izquierdo, dejándome sin aliento por la sorpresa y el agua fresca en
cuerpo caliente.
Primero,
fue la sorpresa; después vino el insulto en forma de “me cago en
su put…”, para pasar afortunadamente a una media sonrisa y
carcajada final por un hecho que pensándolo tan fríamente como el
agua que me empapó, me vino genial.
Con
el calor que hacía y el que yo llevaba, ¡qué susto! pero qué bien
me vino refrescar cuerpo y aún más ideas.
Porque
el resto del camino sirvió para secar esa ropa empapada; pero otro
aspersor comenzó a girar dentro de mi calenturienta cabeza por un
sol inmisericorde.
Y
llegué a la conclusión de que sin salpicar a nadie, debo
convertirme en un aspersor de mí mismo expulsando toda la inmundicia
de rutinas, pensamientos, malas palabras o acciones que hagan de mi
vida y la de los que me rodean y aprecian, algo diferente a lo
positivo que quisiera ser.
Eso
también debo entrenarlo; nada se consigue en cuatro días. Y lo
mismo que en meses tengo la intención de rebajar grasas, barrigas
cerveceras y colesteroles acechantes, también en meses, espero
rebajar tensiones, malos rollos, resentimientos, insatisfacciones,
agobios y decepciones seguramente sin fundamento.
El
plan de entrenamiento, está trazado; la intención es buena; la
predisposición, también; la constancia, Dios dirá.
Y
el aspersor… el aspersor se ha puesto en marcha.
Y no pasáste por esa fuente que cambia de color cerca del campo del Getafe que tanto me gusta????Lo digo en serio me parece alegre y decorativa, no tiene aspersores pero dan ganas de meterse. Ja,ja, seguro que el chapuzón te refrescó a pesar del fastidio. Andar es bueno, muy bueno, Luismi, pero correr es otra cosa y los golpes de calor acechan.
ResponderEliminarCuídate, no es ninguna broma.Hay muchas urgencias por imprudencia.
Me gusta esa fuente.
Pues, no; no llego a ir por allí pero lo tendré en cuenta para próximas salidas. Tranquila, que lo de correr lo dejaré para muy adelante. De momento se trata de recuperar buenas sensaciones que tenía ya olvidadas por la falta de práctica y malos hábitos. Nunca es tarde para rectificar.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus buenos consejos.
Un abrazo