El soldado se acerca por el norte; mirada al frente y con la cadencia de paso correcta para quien es veterano en estas lides.
Sus botas resuenan en
el pavimento; el arma, en hombro izquierdo; su marcialidad, llena de ensayos
lejanos en el tiempo.
No quise hablarle, no
quise distraerle, no quise hacerle observar que su arma al hombro no era otra
cosa que la sombrilla arrancada de la terraza de un bar.
Se detuvo a la altura
de una furgoneta y a la voz imaginaria de “Alto, Derecha, AR”, saludó con el
puño cerrado en la sien a todo un perplejo repartidor.
Me dejó mudo y
pensativo. Quizás con el asombro de ver en ese personaje el valor que se nos suponía
a los demás en tiempos lejanos de mili y también con la admiración de aquellos
que vemos en ciertas locuras una vía de escape en un mundo como éste.
Buenísimo. Me ha gustado mucho el relato.
ResponderEliminarGracias anónimo lector
EliminarNo todas las locuras de esta vida son malas, algunas nos sacan una sonrisa y evocan otros tiempos guardados en el corazon
ResponderEliminarSi todas las locuras fueran tan fuertes como las de ese soldado, el mundo sería otro y mejor.
EliminarCurioso relato castrense. me has hecho recordar aquellos dieciocho meses de juventud perdida.
ResponderEliminarSoy de los que opinan que de todo se aprende. Incluso diría que no sería malo que cierta juventud de hoy recibiera algo de disciplina militar sin tener que llegar a dieciocho meses de servicio.
EliminarGracias por transformar la información en conocimiento, y el conocimiento en sabiduría. ¡Estamos agradecidos por tu perspectiva única!
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