Soy un habitual cliente de un supermercado cercano. No por
afición y mucho menos por devoción; digamos más bien que por obligación dentro
del reparto de tareas que hacemos en el hogar conyugal.
Siendo sincero, diré que odio ir de compras. Por eso, inseparable
a mí, siempre llevo una nota o lista con los productos que debo comprar. Con
ello, consigo ahorrarme tiempo, tentaciones y dinero.
Pero desde hace unos meses, esa paciencia, esa aparente
tranquilidad y ese automatismo innato en mí, se desbordan cuando recorriendo
los intrincados pasillos de este establecimiento y sorteando a clientes y
productos para reponer, me encuentro deambulando como aquel que después de
muchas vueltas, ojos tapados y palo en mano, busca cómo destrozar una piñata.
Donde ayer había jamón de york, hoy a las 18:00h. hay queso
para untar. Donde ayer se alineaban unos mejillones, hoy se tornaron en lonchas
de salmón. Donde ayer había papel higiénico, hoy su lugar lo ocupa un
desatascador (esto podría tener su lógica). Y así con decenas y decenas de
productos que en un alarde de juegos de magia, han cambiado de ubicación y lo
siguen haciendo casi a diario.
Así que cansado ya de hacer más kilómetros de los justos y
necesarios, le pregunto a un encargado el motivo para tanto cambio. Y él,
orgulloso de su preparación, su maestría en el trato con el cliente y su
exquisita educación, me responde:
“Son
técnicas de marketing”
Mi cara de perplejidad, no la pude disimular; mi cara de gilipollas, tampoco; pero sí guardé
un respetuoso silencio mientras asentía y mi mente no paraba de repetirme:
“Son técnicas para tocarnos las bolas de Navidad”, por no
decir algo que rimara con “jamones”
Y así entre pasos y pasos, vueltas y vueltas, llegué a contar
hasta en cuatro ocasiones, esa mirada de unos ojos negros que no apartaban su
vista de mí.
Cansado ya, herido en mi orgullo y con el genio algo
desbocado, busqué la caja que me costara menos tiempo para salir del local.
Eso debió pensar también la cajera que la ocupaba, cuando en
un alarde de velocidad que ya la quisiera Fernando Alonso con su Ferrari, no me
daba casi tiempo a entregarle el producto, cuando ya lo había marcado con su
lector de código de barras.
Y ahí me encontraba yo, sin poder casi llenar mis bolsas,
cuando ya me achuchaba esta empleada pidiéndome el dinero de la compra, en
lugar de ayudar a un pobre hombre solitario y ofuscado.
Pero no, la cosa no podía parar ahí y en ese preciso instante,
tenía que sonar el móvil.
Fue cuando me dije:
“Luismi, es hora de respirar hondo y pedirle a Dios que te dé
paciencia y no fuerza”
La respuesta fue inmediata, porque
en mi cabeza, comenzó a sonar una vieja canción navideña.
Y así salí de ese estresante supermercado, tarareando una
canción y con el recuerdo de los enormes ojos negros de aquella merluza que
tantas veces se fijó en mí.
cuando una merluza mira a un mero el resultado no puede ser otro que el de un flechazo seguro... siempre sabes como alegrar un día aunque sea con un pescado
ResponderEliminarme ha gustado mucho la comedia navideña ;) que no te toquen mucho las bolas de Navidad los del super
jejeje. Pues si no queréis que me las toquen tanto, ¿qué tal si me ayudáis cuando tenga que hacer la compra diaria? Que ya sabéis que yo soy un mero, un mero... UN MERO.
ResponderEliminarBesos con olor a pescado.
jajajaja vaya remate con los ojos de la merluza.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Ohma, otro para tí.
ResponderEliminarMe hiciste sonreír. Me vino fenomenal después de un día complicado. Por ello gracias.
ResponderEliminarNo hay mejor terapia que un buen día en un súper atestado de gente para querer escapar de la sociedad y refugiarte en cualquier bosque del mundo.
Un abrazo.
Me alegro Jorge que te haya servido para animar un día complicado. De eso se trata muchas de las veces en las que escribo.
ResponderEliminarUn abrazo.
No me extraña que no te guste hacer la compra, Luismi, se convierte en una rutina obligatoria, los hombres tenéis poca paciencia, creo que vais llenando el carro a veces sin comparar los precios, la cosa es terminar pronto y salir cuanto antes. Ahora en Navidad cambian los estantes todavía más, por los productos navideños y ¡mira que te hacen perder el tiempo!.
ResponderEliminarLo mejor es el final de tu historia, pensé que te referías a la mirada del guardia de seguridad, o algo así, ja,ja, la merluza se ha llevado todo el protagonismo.
Felices Fiestas, Luismi.
jejeje. Si encima tuviera que ir comparando precios... acabaría loco. Ahora es normal que cambien los estantes, pero es que esos cambios los llevo padeciendo desde hace meses. Yo lo paso mal, pero esos viejecillos que van a por cuatro cosas y las cuatro se las cambian, no puedes imaginar lo mal que lo pasan algunos. Y lo malo, es que en ocasiones, ni los propios empleados saben dónde han puesto ahora algunos productos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y deseo que pases unas FELICES FIESTAS con todos los tuyos.
Un fuerte abrazo.
jajaja, Me haa arrancado una sonrisa mañanera. Eres único contando tus periecias socialcotinianasestresantes, jaja.
ResponderEliminarFurza Luismi que aún te quedan los turrones y ya verás cómo nunca hay el que buscas.
Besoss
Pues si, Juanmi...Las técnicas tocabolas se recrudecen con la proximidad de las fiestas...Yo cuando llego a las cajas ralentizo mis movimientos (incluso a la hora de guardar en las bolsas ) y si la besuga o merluza o congría de turno me mira con mala cara..sonrío y le deseo felices fiestas...jejeje...un abrazo
ResponderEliminarMe alegro Amelia que te gustara. Puedes estar tranquila con lo de los turrones porque este año no estoy yo muy turronero. Y si busco alguno, quizás lo encuentre donde antes estaba el limpiacristales, jejeje.
ResponderEliminarUn besote
Al final, amigo Alfonso, va a ser cierto que necesitas un descanso intelectual o creativo, porque ¡mira que llamarme Juanmi...jejeje!
ResponderEliminarYo sé que en el fondo, las cajeras me aprecian casi tanto como yo a ellas...
Un abrazo