Érase una
vez un hombre que cierto día, como todos los días, al abrir la puerta de su
domicilio tras su jornada laboral, fue recibido con la alegría acostumbrada por
un animal que aún sin ver y sin alcanzar el medio metro, se lanzaría gustosamente
a besar al que llaman su dueño.
El
sentimiento era y sigue siendo mutuo entre perro y hombre. La camaradería,
compañerismo y sintonía de ambos, es perfecta desde hace ya casi catorce años.
Comparten
juegos, salidas obligatorias tres veces al día haga frío, viento, o diluvie, e
incluso duermen pegados.
Pero a lo
que íbamos; ese día por circunstancias que no vienen al caso, habían
transcurrido ya más de doce horas desde la primera salida obligatoria a la
calle para desahogo del animal.
Su dueño
simplemente preguntó a las tres mujeres que comparten hogar y en ese momento
sofá, si por casualidad, habían tenido a bien hacer el papel de dueño y casi
sin que sirviera de precedente, sustituirlo en sus funciones.
Las tres
mujeres se miraron en silencio y transcurrieron unos segundos hasta que la señora
y dueña oficial del can, soltó sin previo aviso:
“No lo hemos
sacado, porque está extraño. No ha querido ni comer; te está buscando todo el
rato”.
Ese hombre,
sorprendido por la respuesta a todas luces la más original y estrambótica que
había recibido en esos casi catorce años, no pudo replicar nada. Sonrió y pensó
para sus adentros que lo normal en ese caso hubiera sido encontrarse al perro en
la puerta de casa, con las patas traseras cruzadas para aguantar aquello que
pedía a gritos salir.
Así que sin
rechistar, le colocó arnés y cadena y casi a la carrera salieron a la calle.
No sé si es
perceptible el cambio en los rasgos de un animal, pero mirándole a la cara, ese
hombre intuyó y juraría que sin hablar, ese perro le decía:
“GRACIAS”
Pobre Ron...
ResponderEliminarSiempre me tendrá a mí, jejeje.
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