jueves, 7 de mayo de 2015

Un mosquito en mi ascensor

Vivo en un segundo piso, con ascensor. Mis viajes en él, se limitan mayormente a las idas y venidas con mi amigo, cieguito, viejecillo, pero alegre perro Ron o aquellos otros viajes en los que la carga transportada aconsejan no provocar y despertar acechantes lumbalgias.

No hace muchas noches, como tantas otras, Ron y yo accedimos a ese ascensor con la sana intención de salir a la calle; él para levantar pata, agachar trasero y soltar lastre y yo para recogerlo y depositarlo en los contenedores correspondientes como todo buen ciudadano debe hacer.
Nada más entrar en él, me percaté aún con mi deteriorada vista, que en ese viaje de sólo un par de plantas, no viajaríamos dos seres vivos sino tres.

Porque allí, espatarrado, pero vivo y sujetándose al vertical espejo que cubre el fondo de ese ascensor como sólo un insecto sabe hacer, un mosquito se miraba como si fuera la primera vez que lo hacía. No se movía, pero yo notaba su deleite al contemplarse y mi mente comenzó a barruntar y preguntarse:
¡Vaya sitio más aburrido de apalancarse con lo poquito que estos insectos llegan a vivir que según me he informado tienen una vida media dependiendo de su sexo de una semana en los machos y de hasta un mes en las hembras!

¡Anda que no hay mundo que ver, ni gente a la que picar, para que éste o ésta acabe sus días en un pequeño y poco ventilado habitáculo de ciudad!
Todo eso pensé en el viaje de ida, pero en el de vuelta, otras preguntas me surgieron al contemplar que no se había movido de su posición inicial.

Yo pensaba eso de ese mosquito, pero ¿qué pensaría él de mí?
Seguramente, pensaría también que vaya humano que no tiene otra cosa que hacer que encerrarse con él en un lugar hermético sabiendo que en cualquier momento podía saltarme a la yugular y darse un sangrante atracón.

Y luego está Ron. ¿Qué pensaría él?
Yo estoy casi seguro que pensaría lo habitual. ¡He cenao, he meao, he cagao, así que a dormir!

Han pasado algunos días y nada más supe de nuestro viajero acompañante al que sólo deseo que en esos viajes ascensoriles no coincidiera con mi vecino del tercero y osara picarle, porque estoy seguro que ahí acabaron sus días.

¡Envenenado!




4 comentarios:

  1. Buena compañía...¡la de tu perro! la otra no, no me gustan los mosquitos y menos las mosquitas. Creo Luismi, que con los años la sangre pierde sabor, ja,ja, cuando era jovencita me acribillaban y encima me picaban en los párpados. Me levantaba con el ojo tremendo, unas veces era el derecho y otras el izquierdo, según la tendencia política del insecto en cuestión.
    Un abrazo amigo.

    ResponderEliminar
  2. jajaja. Yo estoy salvado con mi mujer. Siempre le pican a ella. Se ve que tiene la sangre más dulce. Mi relación con los mosquitos suele ser de respeto mutuo.

    Un abrazo amiga.

    ResponderEliminar
  3. Jeje...casi estoy convencido que murió empachado sobre el lomo del vecino del tercero.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Si fue con ese vecino, fijo que cayó fulminado por efecto del veneno, jajaja.

    Un abrazo amigo.

    ResponderEliminar

Se agradece siempre tu compañía y opinión. Este blog sería un algo en la nada sin comentarios.
Gracias

La hora de los buenos

  No hay mayor silencio que el silencio del olvido. Y no quisiera ser yo quien pasara de puntillas sin opinar por la historia más reciente d...