lunes, 1 de febrero de 2016

El viejo del pasillo


Llegar al hogar lleva implícito un tintineo de llaves para abrir su puerta.
Suele ser santo y seña para atravesado su umbral, encontrarse con el viejo del pasillo.

Encontrarse con él, es darnos de bruces con unos ojos detrás de nubes blancas de cataratas sin cascada. Es toparse con un cuerpo de andar cansino siguiendo instintos más que direcciones. Siguiendo a nadie.

Apenas oye, pero escucha; apenas corre, pero no dudaría en lanzarse a encuentros.
Siempre en mi busca, siempre solícito al abrazo de quien sabe que le quiere e incluso diríase que en cada encuentro, cambiando por alegre su mirada inexpresiva.

Nunca sus pretensiones van más allá; cariño por cariño, compañía por compañía.
No le recuerdo un mal sentimiento, un gesto de enfado o furia sin motivo.

Tozudo, puede; noble, seguro; amigo, siempre y sin dudarlo.
Como no podía ser de otra forma, muy parco en palabras, pero derrochador de buenas acciones.

Juguete en juegos, comensal sin mesa esperando turno; huérfano de recuerdos familiares, en el hogar no es ni más ni menos que uno más.
Se le respeta, se le cuida, se le quiere.

Se le quiere por ser y más aún por estar. Por estar cerca en las risas, por estarlo aún más en las penas y en esos días en los que la enfermedad nos hace rendir batallas, optar por ser sanador de soledades y animador de desánimos.
Por mil cosas se le quiere, pero por encima de todas, por ser amigo.

De esos amigos de verdad; sin copas que beber, sin intereses con demora, sin pretextos, sin esperas; de los que siempre están ahí y siempre, aun estando, nos echan de menos.
Nadie que no haya tenido uno en casa podrá comprender tanta devoción hacia un viejo así, porque no es frecuente sentirse acompañado por una amistad igual.

Se habla de ellos como seres sin alma; pero eso ¿quién lo dice? ¿Quizás uno de esos otros seres catalogados de “humanos” cuyo adjetivo tantas y tantas veces deben llevar el prefijo -in-?
Los años no mienten; la vida, tampoco y no sé a ciencia cierta si esos encuentros se alargarán mucho en el tiempo o no, pero soy de los que piensan que es de ley y muy merecido extender alfombras rojas y homenajear cuando está bien vivo y coleando a ese amigo y queridísimo viejo del pasillo.





* Dedicado a mi (nuestro) amigo Ron, con todo el cariño y agradecimiento que un humano le puede dar.

6 comentarios:

  1. Como yo le digo mi Rom y desde luego eres .sus pies y sus ojos.te adora .es el mejor y más fiel amigo tuyo .dale un achuchon d mi parte .y otro para la familia .

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  2. Está tan unido a mí que el día que me falte, sé que lo pasaré malhumor es algo que no se puede entrenar, pero que nos quiten lo bailao. Muchas gracias Cova y otro achuchón grande para vosotros.

    Besos y abrazos.

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  3. Precioso escrito, lleno de sensibilidad y cariño para tan maravilloso compañero.
    Un abrazo

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  4. Muchas gracias amigo. Ya sabes que todo lo que sale de la patata, se escribe solo.

    Un abrazo.

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  5. Desde el principio de tu escrito sabía a quien te referías. ¿Cuántos años tiene?, lo vas a pasar muy mal el día que ya no esté en el pasillo, pero el cariño que nos dejan compensa todo. Lo digo por experiencia, el último viejito que tuvimos era de mi hermano, quiero decir que por él llegó a formar parte de la familia durante doce años. Mi hermano se fue antes y el viejito vivió siete años más. Aquella terrible noche no hubo manera de sacarle de su habitación, al día siguiente seguía esperando en la puerta y te puedo asegurar que algo percibió porque subí la escalera y el perrito estaba en su dormitorio moviendo el rabo y con la mirada fija, cuando allí no había nadie. Te cuento esto porque me sorprendió tanto que no se me olvidará nunca. El viejito jamás subía a la planta de arriba, lo tenía prohibido, pero cuando mi hermano murió no hubo manera de sacarle del dormitorio.
    Son fieles en la vida y en la muerte.
    Muy bonito homenaje.
    Abrazos para ti y para Ron.

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  6. Querida amiga: ante todo, perdón por el retraso en la publicación de tu hermosísimo y entrañable comentario, pero asuntos familiares me lo impidieron.

    Mi amigo Ron va camino de los quince años y es otro de esos seres que forman parte de lo más hermoso de nuestras vidas. La fidelidad de estos animales seguramente no tenga parangón y ojalá muchos humanos aprendieran de ellos. Sólo les puedo poner un pero: que no vivan muchos más años entre nosotros.

    Gracias amiga.

    Un fuerte abrazo.

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Se agradece siempre tu compañía y opinión. Este blog sería un algo en la nada sin comentarios.
Gracias

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