domingo, 23 de diciembre de 2018

Traje y corbata

Hoy es un día más, un mes de diciembre como muchos y un tiempo de Navidad como de costumbre.

Recapitular un año, sería largo y puede que tedioso. Opinar sobre su bondad o no, es muy subjetivo y daría para muchas opiniones contradictorias.

Podría relatar con todo lujo de detalles más de una decena de historias con carga negativa, pero eso es algo que debe quedar dentro de esa papelera de reciclaje que algún día vaciaré sin posibilidad de recuperar.

Enfermedades las hubo; despedidas también; pérdidas de amigos y compañeros, sorpresas enmascaradas con lenguaje de traidor, sinsabores, lágrimas, altibajos emocionales… En definitiva, esa cara oculta de la vida que sin mostrarse abiertamente, se hace ver con toda su crudeza.

Pero mirando con otros ojos claros de esperanza, me quedaron grabados detalles que como tesoros, guardo en la memoria que me falta pero el corazón sabe cincelar a perpetuidad.

Me queda la serenidad del amigo enfermo que en continua lucha sin descanso me sonríe con la fe de quien sabe que le espera un destino mejor. Un amigo de abrazos, de charlas, de oraciones, de fe. Un verdadero hombre de Dios que sabe sacar agua donde otros sólo veríamos un pozo seco sin fondo.

Me queda la amiga que buscando un milagro, lo encontró y hoy sonríe a la vida como siempre sonrió, contagiando con ello a todo aquel que tenga la fortuna de encontrarse en su camino.

Me queda la lucha de un niño prematuro y sus padres por hacer de lo normal algo extraordinario que sin duda les servirá para ser aún mejores de lo que ya son.

El orgullo y las fuerzas de una madre y su hijo que como dos gotas de agua idénticas sonríen en una foto que borrará por siempre esa otra imagen del indeseable que no supo o no quiso apreciar lo que dejaba atrás.

El amigo que de la nada forja en metal sueños por cumplir.

Tardes de tercios alumbrando una amistad nacida del perdón.

Un grupo de personas a los que intento enseñar para conseguir un objetivo y que por ser como son, hacen del "maestro", un estudiante más.   

Y ante todo, me quedan los míos, los de siempre; aquellos por los que siempre merecerá la pena seguir en la brecha.

Me queda el ejemplo de una hija que en un año para olvidar supo ver en la desgracia el mayor bien que también llevaba aparejado. Encontrar fortuna en el mal no es fácil y ella lo pudo hallar.

El ejemplo de aquella otra que estudiando, trabajando y siendo como es, me ayuda a ver la cara de esa juventud que también existe llena de afán de superación desde la educación y los valores que nunca debieran perderse.

Y por último aunque siempre será la primera, mi chica. Una mujer que recibiendo golpes por todos lados es un ejemplo de lucha, fuerza y valentía que le impiden tirar la toalla en el cuadrilátero que su vida le construyó desde muy pequeña.

Hasta ahí, lo que puedo ver, tocar y sentir.

Conservo además un Dios, una fe, unas gentes y hasta un amigo de pelo y cuatro patas que me esperan en un lugar llamado Cielo.

¿Puedo pedir más? No

La lotería que juego, siempre me devuelve más de lo jugado y aunque vista de sempiterno vaquero, desgreñadas melenas y barbas, por dentro, siento que el hombre que soy siempre vestirá con la elegancia de un traje y corbata.

* Con mis mejores deseos para toda la gente que me ayuda a ser mejor y a todos aquellos que por unas u otras razones no supe, no supieron o no quisieron acompañar mi camino, a todos…


                                   FELIZ NAVIDAD



jueves, 13 de diciembre de 2018

La escalera

Tiempo ha que cierta señora, vecina y anciana que vive más cerca que yo del cielo por hacerlo en un tercero, dejó de hablarme.

Lo hizo en la convicción de que el hecho de barrer su terraza arrojando su porquería a una ropa colgada al viento en unas cuerdas un piso más abajo (que desgraciadamente es el mío), no debería ser excusa válida para decirle mi esposa cuatro cositas al no ser ésta la primera vez que lo hacía.

Sucedió esto hace ya varios años. Desde entonces, esta señora y su hija, desvían mi mirada y pierden la voz en cada encuentro. Algo paranormal diría yo.

Pero, tanto los caminos del Señor, como en ocasiones los peldaños de la escalera de mi comunidad de vecinos y un ascensor averiado, pueden llegar a ser inescrutables.

Desde entonces, subidas y bajadas de escalera hubo muchas. Y aún más de ascensor que para eso está. Pero coincidencias reales, sólo en pasillos; era conveniente evitar las distancias cortas donde el silencio se pudiera cortar con cuchillo.

Hechos recientes quizás vuelquen una historia tristemente rocambolesca no habiendo necesidad de caras con sabor a vinagre.

Como un día más, abrí la puerta de la calle con vuelta y media de llave, para dirigirme a un lugar con cartel amarillo de gran “T” de Tabacos, Tabacalera o Timbres.

Raramente utilizo el ascensor para bajar y esta vez tampoco lo haría. Eché pie derecho a peldaño y me dispuse a iniciar descenso, cuando entre ahogada respiración y ruido de pesada carga, la vi y me vio.

Una señora de blanco pelo, cuerpo enjuto y dificultad extrema, luchaba afanosamente por ascender un peldaño más arrastrando un pesado carro de la compra casi más grande que ella.

La miré desde lo alto, me miró y apareció. Apareció un silencio terriblemente largo de unos tres segundos. Ella, no supo qué decir, pero afortunadamente, yo sí supe qué pensar.

Fui empujado por algo que llaman educación y amablemente me ofrecí a ayudar a esta señora que aún sin carro no podía apenas subir.

Nuestro esfuerzo nos costó alcanzar el rellano del tercer piso, pero en el fondo, me sentí bien cuan giró su cara y me dijo:

“Gracias hijo”

No fue una larga conversación, no será un comienzo como en Casablanca de una hermosa amistad, pero sí que creo que esta coincidencia de hombre, mujer, carro y escalera, pondrá un orden que jamás debió perderse por las inmundicias de las reacciones humanas, marcando un nuevo camino de educada vecindad donde no quepa el silencio de un reproche.


martes, 4 de diciembre de 2018

El gusanillo



Cuando el gusanillo merodea, las vueltas se cuentan por cientos.

Cuando la intención se mezcla con la devoción pero con el razonamiento de las circunstancias, pasa a ser un gusanillo con cierta sonrisa malévolamente sana.

Así ocurre cuando los deseos por algo se ven en cierto modo frenados por la situación real.

Una cosa es querer y otra diferente poder. Pero si ese querer tumba en el último asalto al contrincante, el menos favorito, siempre vence.

Así sucedió el pasado veintiocho de noviembre. Miércoles como otro cualquiera pero con sones merodeando mi cerebro musical.

Tiempo ha que no escuchaban mis oídos y veían mis lentes de lejos una formación, grupo, o banda familiarmente querida y musicalmente apreciada, en suelo chulapo por excelencia.

El lugar y la hora, estaban claros; pero la salud de aquella que siempre me acompaña no lo estaba tanto.

Un mensaje, un amigo y una invitación bastaron para despejar dudas y lanzarnos a la piscina aunque fuera con salvavidas.

Medicina no la hubo en un bolso ni falta que hizo. Fueron, son y serán siempre estas gentes y sus músicas la mejor medicina para curar espantos de cuerpo y ánimo.

Y así acudimos a una sala conocida. La sala Caracol que en Madrid fue antaño el epitafio inesperado a una formación de años que dejó de serlo en su formato original por los males de quien siendo su cantante se perdiera en el camino.  

Allí fuimos con la clara intención de un reencuentro. Un reencuentro de sinceros abrazos, risas, charlas y cervezas mayores que un botellín.

Diván du Don son música; música con sabor a rumba trotona, reggae de por aquí y letras adornadas de sentimiento.

Pero independientemente de lo que gusten o no como músicos y músicas, lo verdaderamente valioso en ellos, es la persona.

Gentes sin careta dibujando aprecios y con el brillo en los ojos de quien se alegra sinceramente al verte más allá de la distancia y el tiempo que a unos y otros nos separe.

Son un chute de alegría, de buenos recuerdos a compartir sin años de por medio.

Son fotos de photocall de esa otra prensa del corazón sin periodistas ni flash.

Medir el éxito por ventas, está bien; pero medir su éxito por logros personales, es otro nivel que va más allá de una estadística. Y en eso, arrasan en todas las listas de quien aprecie aquello que va más allá de una composición musical.

No puedo hablar de un concierto al uso, porque no lo fue. No eran la única banda que se subió esa noche al escenario y eso hizo que se quedara en tiempo y temas mucha música en el tintero. Ni tiempo hubo de volver a disfrutar de un “Nudo marinero”  que hace ya muchos años nos encandiló, pero que por aquello del guión, la hora y las prisas del organizador, se quedó sólo en un título más impreso en un setlist.

A fuerza de ser sinceros, la música para mí fue lo de menos porque ya vendrá la próxima primavera cargada con temas a estrenar de un nuevo disco y será entonces cuando el sentimiento de ese nudo amigo se desate nuevamente encima de un escenario.

Lo mejor en este caso, fue el éxito de ese gusanillo que supo convencerme de que lo importante en esta vida es la buena gente que más allá de distancias consiguen alegrar a quien a ojos vista nunca pareciera sufrir dolor alguno.

A esa gente que con su arte consiguen estos pequeños milagros, mi profunda admiración como aficionado a la música y mi agradecimiento y cariño como persona que tiene el honor de ser su amigo.

* Dedicado a Diván du Don (Paquillo, Miguel, Carlos, Jorge, Antonio); a Lupe (esa mujer que sin estar también estuvo); a Fermín, Titi y Nacho.

A todos, de corazón, gracias por hacer de esa, otra gran noche a recordar.

  

viernes, 16 de noviembre de 2018

En blanco

Un margen en lado izquierdo; mil cuadrículas como celdas vacías en un panel de rica miel; una pluma desangrada en chorros de tinta azul y una mente divagando en pensamientos escondidos en otra hora y lugar.

La voluntad, existe; la añoranza, también. Más, aún invocando a gritos, no acudió.

No escuchó mis llamadas; no contestó a mis ruegos. Se escondió, no quiso dejarse ver y aún menos sentir.

Relleno papel en horas tardías sin carta de navegación a ningún puerto teniendo como compañeras sólo a las madrastras de las musas; esas musarañas que dejan huérfanas ideas y sensibilidades de quien se abre en canal con intención de empaparse en sensaciones.

Pensar por pensar, escribir por escribir…

No ocurrió ni ocurrirá mientras mi amiga inspiración se tome unas vacaciones de mí, dejándome en blanco y cara a cara frente a un papel de igual color.

Sé positivamente que como hija pródiga regresará por donde fue y dejo sin pestillo la puerta abierta sin reproches por su marcha.

Ya nos conocemos…


lunes, 29 de octubre de 2018

Penumbras


Cuando las luces pierden parte de su brillo, las paredes parecieran claroscuros y los silencios hacen acto de presencia, es entonces cuando los pensamientos se relajan, las inquietudes se moderan y la mente se abre a un mundo muy distinto al que llevan a ebullición los ingredientes cotidianos que conforman nuestra vida diaria.
Sin esos silencios y luces tenues, es casi imposible poder conversar con uno mismo. Hacerse saber que existe un yo que también necesita ser escuchado desde su interior. Sin reproches, sin extorsiones, sin ultimátum…
Solos yo y yo
Arañar la capa que endurece el interior para buscar un color diferente al que se muestra; indagar en mis sospechas para aclarar si son verdades; preguntarse sin buscar un porqué y atreverse a ser contradicho, son ejercicios que no necesitan luz ni taquígrafos para ser firmados en acta.
Esa es la penumbra que busco y en ocasiones encuentro.
Pero existen también penumbras que para mí no quisiera. Ese tipo de penumbras que abrigan el modus operandi de ciertas personas que saltan con demasiada frecuencia de un platillo a otro de una balanza llamada verdad. Personas de cal y arena que sin ser lobos también saben disfrazarse de Caperucita.
O esas otras penumbras de quien debiera ser, cree que lo es, pero con sus actos demuestra no serlo. De quien gusta de irradiar falsas luces sin pensar que con ello también eclipsa a quien nunca se preocupó por brillar.
Procuro caminar en sentido contrario a ese tipo de penumbras.
Me gusta buscar penumbras de músicas que sin moverte te alejen del sitio; penumbras de velas encendidas porque se fue la luz; las penumbras de un cine para dos; aquellas otras que de un abrazo o una palabra amiga construyen cielos de estrellas o las que proyectan sombras de animales imaginarios en una pared llena de sueños infantiles.
En definitiva, las penumbras de quien poco necesita para ser feliz.



martes, 16 de octubre de 2018

Dos gotas de cianuro


Dos hombres, una barra de bar, un tercio y un Cola Cao. Pudiera parecer incongruente lo pedido, pero no tanto. Uno recién levantado y el otro recién estrenada la salida dominical con ganas de aperitivo y charlas entre amigos.
Gentes que entran y salen de un pequeño bar y estrecheces consentidas frente al marco incomparable en mi ciudad de la fachada de una iglesia convertida en catedral.
Charla animada, sin gran profundidad, pero charla al fin y al cabo entre dos hombres unidos por una mujer en común a caballo entre un padre y un novio.
Todo bien, todo correcto, todo lo esperado, faltando quizás sólo un plato de verdes aceitunas para quien no probó pastel.
Pero el mal tiempo, los nubarrones, los truenos, relámpagos y centellas, acudieron a mi oído susurrados por la voz de una mujer conocida a la que por su obra y aparente gracia tendré que comenzar a desconocer aún más.
No hice nada para merecer ironías; no hice o mejor dicho, no hicimos nada para merecer comentarios de sonrisa con sabor a crítica; no hice nada para merecer reproches de un “acoplamiento” que siendo consentido, demostró con sus palabras, no gustar a quien me habló incluso del propio destierro o exilio de los dueños de la casa por ese motivo a tierras con forma de cocina.
Lástima en quien parecía ser y sigue empeñándose en demostrar que lo es.
No busco nunca la polémica; no va conmigo el enfrentamiento; no soy aficionado a las disputas. Si tengo, debo o sería recomendable hacerlo, no me duelen nunca prendas en pedir perdón; pero una cosa es eso y otra diferente que se diga más que se piense o se insinúen entre sonrisas, de mí o de los míos, falsedades con el único propósito de alentar orgullos de quien pretendiendo destacar en todo, tarde o temprano acabará estrellándose contra su propia realidad.
Me disgustan mucho las personas que te ofrecen caramelos y cuando los apartas de su envoltorio, tienen sabor a sal.
Me disgustan las personas de medias verdades y aún más las de medias mentiras.
Las que hacen crítica siempre buscando manada y nunca el cuerpo a cuerpo.
Las que a golpe de pecho y senderos o caminos que debieran ser de humildad, los embarran con lodos de egos consentidos por unos y padecidos por otros.
Las personas que sólo miran al espejo de los demás.
En definitiva, aquellas que no sabrán nunca medir el efecto de unas palabras ni el aderezo de dos gotas de cianuro.



P.D. Sirva esto más que como entrada de blog como un recordatorio de lo que mi corta memoria esconderá imagino en breve, pero que no quisiera olvidar tan fácilmente como debiera.
Por ello, no espero aquí comentarios, ni preguntas de nadie, salvo de mi propia conciencia o de alguna otra ajena a mí.

Gracias



jueves, 4 de octubre de 2018

Tiempo al tiempo

Porque no es lo mismo estar callado que callar, ni encallar a dar el callo, reflexiono conjugando en presente pero con la vista puesta en futuros que Dios sabe qué nuevas o viejas nos traerá.

Pocas hojas caen aún de un otoño recién asomado disfrazado de veranos de otros tiempos. Mañanas frescas abrigadas en tardes de soles, terrazas y cervezas. Dudas al vestir y cuerpos de bronceados en declive.
Los vaivenes de ideas, pensamientos, inquietudes, ánimos, proyectos… son constantes. Nada concreto, nada fijo, nada constante.
Todo ello me lleva a fiarme de sensaciones; de típicos y tópicos “me da a mí que…” y haciendo caso de ese instinto, voz interior, conciencia, Dios o como queramos llamarlo, por una vez o por dos y sin que nuevamente sirva de precedente, actúo movido por un dictado que ese profesor instalado en mi cabeza no para de proponer en cada examen con perspectivas de buena nota.
Instalarme en la rutina dejando en un trastero olvidado esa maleta que todos mal o bien llenamos de propósitos, era un opción, pero no la única.
Es la hora de saborear lo que de bueno tiene lo próximo, lo cercano; de ponerse gafas de cerca sin prisas por mirar de lejos. Hora de abrazar cuerpos, personas y almas que no hace mucho eran repelidas por el mal ejemplo de quien dice ser y demuestra con sus actos no serlo.
Es tiempo de mirar a los ojos de la gente; de escuchar más que de oír; de esperar más que de ser esperado; de alabar sin desear su participio. Tiempo de largos redobles de tambor sin la imperiosa necesidad de un golpe final de platillo; de dejar al destino que siga su curso sin ponerle zancadillas; de poner mejillas aunque sea de perfil; de espera, de silencio, de rincones sin mirar a la pared; de armisticios aunque no alcancen la categoría de tratados de paz ; de mirarse al espejo y hablarle a ese clon que te devuelve la mirada; tiempo de dulces de chocolate a hurtadillas y una mueca de sonrisa en los labios; tiempos de dejarse caer por los lugares para regalar un simple “hola, pasaba por aquí”.
Tiempo, tiempo, tiempo…
Dejémosle mover manecillas, arenas en caída o dígitos de vivos colores y pensemos que tiempo al tiempo.


domingo, 16 de septiembre de 2018

Pole position


Desde aquellos tiempos en los que un asturiano se asomó a las pantallas de televisión para primero pilotar, después ganar y acabar convirtiéndose en bicampeón del mundo en algo tan de extraterrestres entonces para los españoles como la Fórmula Uno, un servidor que sigo siendo yo, no ha dejado de ser un fan que no fanático de ese deporte de ruedas más anchas de lo normal.

Bien es verdad que esos tiempos cambiaron; el asturiano era el mismo; la afición también la misma; pero los coches en los que se fue sentando, eran hermosas máquinas de correr que no corrían tanto como primero él y luego los demás hubiéramos querido. 

Lástima para los méritos contraídos por un gran piloto y lástima también de madrugones perdidos en legañas de otros años.

Esperanzas teníamos de regresar a lomos de otro coche de anaranjado color si no a ganar, sí al menos a pelear de tú a ellos con los mejores; tampoco la diosa fortuna o la tecnológica se unieron para formar un gran tándem.

Eso desanimaría a cualquiera y así ha sido; el piloto se bajará del coche de una fórmula que no es la buena buscando nuevos retos con olor a laureles y esa legión de pretorianos seguidores, vibraremos con él en otros circuitos que sin chicanes también huelan a neumático quemado.

Tan quemados, como lo está mi mujer a la que no llego a entender muy bien en su enfado por esa afición mía de ver coches donde no los hay.










viernes, 31 de agosto de 2018

El hombre de la bolsa


Cuando el mismo sol aún está tomando café en un horizonte al este, mis pasos más que mi cuerpo, me llevan por un camino recto, muy recto cuyo final pudiera parecer trágico por ser descanso de muchas almas entre flores, mármol y cipreses.

Un camino que siendo el final de muchos, es para mí el comienzo utilizado habitualmente para calentar músculos, despejar legañas y avisar al resto del cuerpo que todas su partes, sin excepción, deben hacerse a la idea que el trayecto será largo si el propósito es encontrar esa salud descuidada en comidas, bebidas y sedentarismos poco recomendables.

Éste es un camino recto como una regla, monótono como el girar de una rueda y poco atractivo a ojos ávidos de paisajes.

Un camino que a esas horas es transitado por un puñado de personas. Personas de todas las edades que bien pareciéramos caminantes extras de serie televisiva más que deportistas en potencia.

No existen cruces con “buenos días” o “hasta luegos”. Sólo el sonido de pisadas o cercanías en raíles de ida y vuelta.

Caras que por costumbre, se han convertido ya en habituales durante estos días que aprovecho sin trabajos que me esperen. Y entre esas caras, una que ciertamente me conmueve.

Un señor, mayor por canas, torpes pasos y encorvada espalda.

Este señor, quizás no sea quien pienso; quizás sea sólo una imagen deformada en una realidad que desconozco; pero un señor que al cruzar su camino con el mío, siempre consigue sin proponérselo, que mire hacia atrás.

Siempre solo; caminando muy despacito; con un rostro de sereno sufrimiento y a la vez, de voluntad firme y ojos removiendo ternuras.

Un polo de manga corta, pantalones largos, zapatillas y una sempiterna bolsa negra de doradas letras guardando su espalda.

No logro acertar qué pudiera transportar en ella; quizás un poco de agua, una gorra, un bocadillo, unas flores…

Vivencias, recuerdos, mil historias y seguramente, soledad.

Si su compañera realmente es su soledad, pensaré que ambos forman ya un dúo para no sentirse tan solos y seré yo quien a partir de ahora cruce sus miradas con la mía a ritmo de un simple “buenos días” que haga de su marcha novedad y de la mía una conciencia agradecida.



miércoles, 22 de agosto de 2018

La chica del tren


La chica del tren no es una chica cualquiera, no. La conozco de hace tiempo y me reafirmo en lo que digo.

Hoy coincido con esa chica en un tren con destino incierto; con destino tan incierto como su rostro me hace ver sentado frente a ella.

Percibo su mirada llena de interrogantes; diría que asomara un atisbo de preocupación, quizás miedo ante lo desconocido y lo casi ciertamente olvidado.

Muchas son las vicisitudes que el presente le regala; todas más o menos salvables salvo ese desazón, ese dolor continuo que no la deja descansar en ningún descanso o soñar en ningún sueño.

Debo tomar su mano y la tomo; miro sus ojos y entre nosotros se inicia otra de esas conversaciones de amigos que no necesitan palabras dichas ni escuchadas.

Ambos sabemos que no está en nuestras manos el destino, ni el futuro y ni tan siquiera el presente. Nos dejamos guiar por ese otro Amigo que siempre en las buenas y en las menos, nos acompaña.

¿Habrá suerte esta vez? ¿No está demasiado lejos? ¿Tú crees que valdré?

La suerte, es sólo eso y no creo demasiado en ella. La lejanía, es indudable como también lo es que esa persona, esa amiga, esa chica frente a mí, ya tiene otorgada mi medalla al valor, al coraje, al esfuerzo, a la responsabilidad y a la lucha sin cuartel.

Nadie somos a su lado con sus circunstancias y aunque no sepamos valorar su esfuerzo, existe un fondo en cada uno de nosotros, los más cercanos, que sabe reconocer a una gran mujer que se hace más grande en los peores momentos.

A esa mujer, a esa chica frente a mí, escribo hoy con el convencimiento de que el éxito de una u otra forma, ya lleva su nombre grabado en letras de oro.

La chica del tren, va y viene, viene y va, pero siempre tendrá unos corazones esperando en un lugar llamado hogar.


*Dedicado a mi chica de siempre con todo el cariño, amor y admiración ante el nuevo reto que vino a buscarla.


lunes, 13 de agosto de 2018

Por un puñado de amigos



Por un puñado de amigos, mereció la pena viajar. Los kilómetros, madrugones, preparativos y demás elementos que conforman cualquier viaje, no son para nada obstáculo cuando las previsiones y después las confirmaciones hicieron de este último sábado uno de esos días para marcar en el calendario que todos llevamos dentro y no se imprime en ningún papel.
Muchos fueron los días transcurridos y pendientes para llegar a cumplir lo que un día fue promesa y por unas u otras razones se hizo esperar.
Cuatro iniciaron viaje. Pudieron ser más, pero quizás el destino, o vete tú a saber qué, hicieron de este número par los que conformaron coche, ruta y deseos de encontrar lo que algo más de ciento veinte kilómetros después, hallaron.
Un viaje ameno, sin salida 22 que nos pudiera distraer y una pareja esperando allá donde la voz de un navegador decía “Ha llegado a su destino”.
Más que una pareja, diría que nos esperaban dos sonrisas. Dos sonrisas sinceras; de esas que no necesitan nunca forzar un gesto. Dos sonrisas que antes de abrir las puertas de su casa te abren las de su corazón.
No daré nombres porque no es necesario. Simplemente diré que ella (porque sintiéndome caballero, prefiero comenzar por la señora), es una muñeca. Lo digo, aunque el copyright de esa afirmación lo tiene su señor. Mujer menudita, pero ¡grande, muy grande! De sonrisa enorme, de alegría contagiosa, de brillo en los ojos, de bailes al son de cualquier música, de desvelos por agradar… Una de esas mujeres de las que preguntarse ¿qué más se puede pedir?
Él, un tipo rudo en apariencia. Un tipo que imaginé muchas veces apoyado en una blanca pared, calzando botas de espuelas, fumando un puro mascado bajo la sombra de un sombrero vaquero y en otras ocasiones empuñando Magnum y sentenciando al desgraciado que osó cruzarse en su camino con una frase tal que “Alégrame el día”. Un tipo en apariencia rudo, sí; pero un tipo de corazón inmenso; de consejos de padre; de espiritualidad contrastada; de sufridor de males ajenos, de orante perpetuo; enemigo de rencillas; aficionado de miradas al cielo y de “líos de eternidad”. Ese tipo del que muchos también creo que pensarían “Yo de mayor, quiero ser como él”.
Esas dos personas fuimos a buscar y encontramos en cada sincero abrazo de bienvenida.
Podría hablar de risas, de exquisitos manjares, de baños a la luz de la luna y el sol, de tormentas que no llegaron a ser tales; de vuelos de aves migratorias, de siesta nocturna a ras de suelo, de Ángeles de Charlie en chapuzones de piscina, de tipo largo haciendo solitarios largos, de frescor de sótano, de bruja con escoba y conjuro, de Rock & Roll y Julio Iglesias, del mito que casi se me desmorona cuando confiesa que en tiempos jóvenes bebió zarzaparrilla, de lagartijas y matamoscas, de tortas de Alcázar, tostas de bacalao y de muchas otras cosas y pequeños detalles. Pero no lo haré y me voy a ceñir a un hecho que no debería ser extraordinario y lo fue.
En un mundo digital donde las gentes hablamos más con los dedos en pantallas que mirándonos a los ojos, resulta un hecho casi inaudito reunirse alrededor de una mesa para simple y llanamente, compartir café, charla y sentimientos.
Puede que sea ésta, una de las mejores tertulias que mi memoria llega a alcanzar. Una de esas tertulias sin minutos, sin prisas, sin licores, pero con el efecto de lo mejor de los alcoholes para desatar sinceridades. Una charla constructiva, sin críticas por criticar, sin despreocupadas preocupaciones, sin aspavientos ni desazones. Una charla de recuerdos de mejores tiempos y deseos de repetirlos aunque las previsiones no sean buenas; de lágrimas que necesitaron un abrazo y me obligaron a mirar hacia otro lado; de pasados que quizás fueron mejores, pero que de una u otra forma nos han ayudado a vivir plenamente este presente; de silencios compartidos e historias incomprensibles que el destino con o sin mayúscula obra en las personas que allí nos reunimos.
En resumen, de un hecho que haciendo mucho bien, dejamos habitualmente en desuso. El hablar entre amigos sin barras de bar en medio, sin ruidos, humos ni tapujos, me llenó de polos positivos, de alegría de mente y cuerpo, de bondades que despertar de su letargo.
Todo eso y más sucedió en apenas veinticuatro horas por la voluntad de un puñado de amigos que se dispersaron con el firme deseo y certeza de que esta hermosa historia tendrá un rótulo final de película del viejo oeste en el que se podrá leer…

C O N T I N U A R Á…


* Dedicado con todo mi cariño y agradecimiento a los Sres. de Eastwood por su hospitalidad, sus desvelos y sobre todo, por su amistad. También compartir esta dedicatoria con mi bruja y “endemoniada” favorita con o sin cervezas y escoba, un tipo largo del que no hago carrera pero aprecio como si la hiciera aunque me lleve por salidas que no debía y cómo no, con mi chica de siempre y para siempre. A todos, desde la patata,

G R A C I A S.



martes, 7 de agosto de 2018

Menta y miel




Una noche más de aquellas que me acompañan en la soledad de quien busca un alto en el camino para encontrar quizás al Amigo menos comprendido, más buscado y siempre presente sin dejarse ver.
La hora, tardía como siempre, marcaba poco más de las dos y cuarto en una madrugada que se prometía calurosa y lo fue.
Una luz roja que se enciende y unos nudillos golpeando suavemente una puerta de metal, me empujaron a salir de ensoñaciones y meditación para acudir a la llamada de la persona que a horas tan intempestivas en las que la ciudad duerme, acudía a aquel mismo lugar tan habitual y querido para mí.
Al otro lado de esa puerta, esperaba una mujer de baja estatura y rubios cabellos que sin ser conocida, no era desconocida para quien como yo estaba habituado a su silenciosa compañía durante las últimas semanas.
Su saludo fue disculpa al traspasar el umbral y noté en su tono de voz cierto aire de melancolía de quien busca quizás un refugio, un consuelo o un pequeño aliento en esta vida que muchas veces es esquiva.
Ella se sentó y yo a dos bancos de distancia; el silencio, rodeaba la escena.
Duró poco; una torrente de tristeza vertida en lágrimas hizo su aparición para acompañar a una mujer que no pudo refrenar sentimientos ni tan siquiera delante de un desconocido como yo.
Admito que me conmovió; lo inesperado de su reacción, provocó en mí interrogantes marcados en negrita: ¿qué hacer? ¿cómo actuar?
La miré, Le Miré y sólo pude atinar a ofrecerle tres caramelos de menta y miel y mi mano extraña, pero amiga, con la simple intención de al menos poder endulzar algo esas lágrimas de mujer atormentada.
Levantó la cabeza y artículo entre llantos un “gracias, muchas gracias”.
Me ofrecí a escucharla, comprenderla, animarla, acompañarla en su dolor, pero como era natural, es difícil abrir el corazón a quien no se conoce.
Simplemente, miró al frente y entre sollozos se escuchó el sonido típico de un caramelo al ser liberado de su prisión.
Marchó pronto, marchó sin dejar de agradecer, marchó preguntando y preguntándose cómo podía existir gente que viviera en continuas quejas de desdichas que a su lado no eran tales.
Me miró a los ojos antes de partir y deseándole que las cosas tornaran su polo negativo en su contrario, se fue por donde vino dejándome a mí con la esperanza y plegarias de que esa mujer pueda encontrar siempre el consuelo de un caramelo de menta y miel.


P.D. Ha transcurrido una semana desde que esa tristeza de nombre Pilar coincidiera conmigo. Sólo Dios y ella saben si en esta próxima madrugada volverá a hacerme compañía. Si así fuera, espero al abrir la puerta encontrar una mujer diferente en ánimo y ánima. Por ella, por Él, por todos.







Privilegiado

El diccionario nos revela que una persona privilegiada es aquella que tiene cierto privilegio, ventaja, derecho especial, prerrogativa o acc...