Nunca
he sido de esas personas que suelan salir de lo habitual para crear algún tipo
de tendencia, costumbre o innovación. Tampoco soy un creador de algo que vaya
más allá de estas letras que ocurren y discurren por los rincones de mi cerebro
y que no siempre van en el sentido lógico de las agujas del reloj.
Sin
embargo, hoy empujado por algún tipo de impulso, me he decidido a realizar un
pequeño experimento y que a la vista de los resultados inmediatos, quiero
compartir con todas aquellas personas que como siempre y muy amablemente,
dedican una parte de su tiempo a leerme.
Deseo
que mis explicaciones, sean lo suficientemente claras para no inducir a error
en su elaboración, con las consecuencias más o menos drásticas que una mala
ejecución de este experimento pudieran provocar.
Amigo
lector, hablemos primero de los materiales necesarios para su realización:
1.- Una correcta iluminación de la estancia
donde trabajaremos (habitualmente, el cuarto de baño)
2.- Un espejo (a ser posible, de dimensiones
grandes)
3.- Jabón de manos
4.- Una toalla
5.- Cepillo de dientes con su correspondiente
pasta dentífrica y elixir bucal (no obligatorios,
pero aconsejables)
6.- Un peine o cepillo
7.- Un vaso
8.- Cualquier bebida refrescante, con o sin
alcohol
9.- Una puerta
10.-Una
escalera
11.-Unos
alfileres de la ropa
Iniciamos
el proceso:
Una
vez en la estancia bien iluminada, nos situaremos frente al espejo, procurando
que tanto el rostro como el cuerpo que se refleja en él y que no debe ser otro
que el de la propia persona que realiza el experimento, quede perfectamente
encuadrado en el mismo. Si en este primer paso observáramos que el espejo no
devuelve ninguna imagen parecida a la nuestra o se trata de una persona
totalmente diferente, aconsejo correr como alma que lleva el diablo y suspender
inmediatamente la prueba. Repito, ¡corred!.
Descartado
ese supuesto caso, procederemos a un lavado de manos en profundidad. Frotar
bien ambas manos. El jabón a utilizar, se aconseja que contenga un Ph neutro.
No es aconsejable uno de glicerina, porque dejaría los dedos demasiado suaves y
escurridizos para nuestro propósito.
Tras
este lavado concienzudo, se requiere un exhaustivo secado de las manos con una
toalla lo suficientemente grande para este cometido. Descartar esas toallas
utilizadas para higiene íntima, sobre todo, por su reducido tamaño. Que no se
me moleste nadie, porque a esas toallas las bautizara yo con el nombre de
“lavachochos”; por favor, no os molestéis.
Bien,
una vez pasado el trámite higiénico, sin perdernos de vista en el espejo,
abriremos ligeramente la boca, comprobando la limpieza de nuestros dientes,
sean o no naturales.
Si
nos percatáramos de algún tipo de mancha o restos de suciedad, procederemos a
un lavado buco-dental con nuestro cepillo, pasta y elixir bucal habitual. Si
nuestra dentadura se encuentra en perfecto estado de revista, saltaremos este
paso.
Ahora
es cuando realmente, iniciamos la parte más compleja del proceso.
Situaremos
ambas manos a la altura de los ojos procurando emparejar cada mano con el ojo
de su lado correspondiente.
Aunque
pueden existir variantes en cuanto a la posición de los dedos, seguidamente,
situaremos los mismos, rozando ligeramente la sien del lado correspondiente,
siempre y muy importante, dejando libres los dedos pulgares (también llamados
“gordos”).
Sin
forzar esa posición, relajadamente, acercaremos los pulgares a la comisura de
los labios. Es decir, más o menos acariciando el punto de separación entre el
labio superior e inferior.
Presionamos
sin forzar con los pulgares y sin separar el resto de los dedos de las sienes,
poco a poco iniciamos la maniobra de aproximación de todos los dedos.
Pausadamente, comprobaremos que vamos dejando al descubierto nuestros dientes y
al mismo tiempo, el rictus de nuestra cara comienza a mostrar una imagen mucho
más cómica que la inicial.
No
asustarse. Lo que estamos viendo ahora frente al espejo, seguimos siendo
nosotros, pero con un añadido que en términos vulgares es conocido como
“sonrisa”.
Ahora
es cuando viene la parte más compleja de todo este experimento.
Separaremos
muy despacio todos nuestros dedos de la cara y al mismo tiempo, forzaremos a
nuestro cerebro con una orden clara para no perder esa sonrisa que como por
arte de magia, ha aparecido en nuestro rostro.
Puede
que las primeras veces que hagamos esto, la tendencia natural de nuestros
músculos faciales, nos devuelvan esa imagen seria inicial que llevábamos de
serie; pero practicado varias veces de modo natural, observaremos que los dedos
dejan de ser protagonistas en toda esta historia y sólo con nuestra voluntad,
conseguiremos vernos mucho mejor.
Quizás
necesitemos un retoque capilar, para perfeccionar aún más si cabe esa nueva
imagen.
Si
es así, es la hora de utilizar ese hermoso peine o cepillo que previamente ya
teníamos preparados.
Llegados
a este punto y comprobado y requetecomprobado que somos unos verdaderos
expertos en el difícil arte de sonreír naturalmente, tomemos ese vaso, vertamos
en él esa maravillosa cerveza o refresco y brindemos por nosotros mismos con
esa persona que nos mira fijamente desde el espejo y cuyo rostro es el que a partir
de ahora nos debería resultar más familiar.
Y
aquí es donde acaba realmente nuestro experimento.
Os
preguntaréis entonces, qué pinta una puerta, una escalera y unos alfileres de
la ropa en toda esta historia.
Muy
sencillo. Obligatoriamente, para salir a la calle, no tenéis más remedio que
abrir la puerta de vuestra casa y bajar por la escalera (ejercicio muy sano en
lugar del ascensor) y regalar al mundo esa maravillosa sonrisa que en los
tiempos que corren teníamos tan escondida.
¿Y
los alfileres de la ropa? Sólo para aquellos casos extremos de personas que no
sepan sonreir con un mínimo exigible de naturalidad.
Espero
haber servido de alguna utilidad o al menos, provocarte una ligera sonrisa.
Besos
y abrazos.